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Las personas en algún momento de nuestra vida estamos expuestas a vivir una pérdida. Cuando Alejandra experimentó la muerte de su padre, se sentía alejada del mundo, no podía referirse a este suceso y evitaba las cosas que lo recordaban, este es un acontecimiento muy fuerte que parece envolver la necesidad de elaborarse a nivel psicológico; además, hay pérdidas afectivas que no involucran la muerte, como la ruptura amorosa o el divorcio, pero que implican un proceso similar, incluso la pérdida de una mascota muy apreciada puede conllevar a una condición psicológica análoga a lo que comúnmente se le ha denominado duelo.

 

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En cada momento de la vida estamos en contacto con otras personas, durante casi todas las etapas estamos acompañados de otros que recorren un camino similar al nuestro, que nos están guiando o a quienes guiamos; parece tan obvia la interacción social que se afirma que el hombre es un ser social por naturaleza. Sin embargo, los humanos aprendemos a relacionarnos de diferentes maneras, algunas más apropiadas que otras para cada contexto; pero no hay una fórmula única que permita sentirse mejor frente a un grupo. A pesar de que se supone que la interacción es algo innato en la especie humana, existen situaciones en las que resulta difícil interactuar aunque queramos o lo necesitemos, o situaciones en las que no queremos hablar, preferimos estar solos. Para algunas personas no es fácil entender este hecho ya que pensar en alguien que usualmente no está dispuesto a compartir con otros genera preocupación y la necesidad de hacer algo para que no sea “tímido”, no se aísle o deje de ser “introvertido”; se buscan estrategias que ayuden a la persona a relacionarse más frecuentemente con compañeros o allegados.

 

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En el curso de la vida nos enfrentamos con pérdidas una y otra vez. Perdemos el empleo, experimentamos la muerte de un ser querido, terminamos una relación, se deteriora nuestra salud o simplemente dejamos atrás etapas valoradas de la propia vida, como la juventud o la niñez de nuestros hijos.

 

Estas pérdidas generan malestar tanto en quien las experimenta como en aquellos que acompañan al doliente, término que no es fortuito en tanto reconoce el dolor o aflicción asociado a eventos donde se presenta un distanciamiento o pérdida total de aquello que es amado o valorado. Pareciera incluso que el dolor de la ausencia es una de las pocas certezas que se tienen en la vida.

 

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El suicidio es en sí mismo un evento de alto impacto, y nadie está preparado para afrontarlo. Cuando sucede, los sobrevivientes (es decir los familiares y personas cercanas al suicida) sientan un vacío de emociones, y tan sólo hallan confusión y un sentimiento de “esto no está sucediendo”, acompañado de sensación de vivir como en la irrealidad de una pesadilla. Dichas reacciones pueden considerarse como parte del proceso normal de duelo que se inicia tras el suicidio de un ser querido, y su duración varía en cada persona.

 

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La pérdida de un ser querido es un evento difícil de sobrellevar para las personas, y en muchas ocasiones el dolor producido por una pérdida resulta abrumador para quien la soporta. Hay varias maneras de perder a un ser querido, sin embargo, una de las más dolorosas es el suicidio. Hablar sobre este tema es bastante difícil, ya que hay algunas creencias y normas culturales que censuran los actos suicidas, incluso las ideas que las personas puedan tener respecto a atentar contra sus vidas. Así mismo, existe una paradoja propia del suicidio, ya que puede ser visto a la vez como un acto de cobardía y como un acto valiente; y en general es un tema que da lugar a una gran diversidad de opiniones. Por esta razón se hace que el proceso de duelo en caso de suicidio tenga unas particularidades que lo diferencian de otros tipos de duelo. A continuación, expondré algunas de las reacciones emocionales presentes en este tipo de duelo.

 

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Con frecuencia se hace mención de los efectos psicológicos a los que se ven expuestas las víctimas directas de violencia intrafamiliar, especialmente las más vulnerables (p. e. los niños), sin embargo poco se habla acerca de las consecuencias que trae para un niño el ser espectador de un evento de este tipo y en este sentido se comprende que el niño es una víctima indirecta de las dinámicas de violencia intrafamiliar, (Patró y Limiñana, 2005). Víctimas directas e indirectas (testigo) cuentan con características personales y contextuales que les permiten afrontar la situación y continuar con el curso normal de su vida (efecto primario), dichas características son los mecanismos de defensa que tienen como efecto secundario mantener la perpetuación del ciclo de la violencia en la familia.

 

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A lo largo de la vida de todas las personas se presentan pérdidas, éstas se presentan de diversos tipos desde el cambio de casa del barrio en el cual transcurrió la infancia hasta la muerte de un ser querido pasando por la pérdida de empleo, separación afectiva o la muerte de una mascota; a partir de la ocurrencia de esta pérdida percibida por la persona como significativa se inicia un proceso de duelo en el cual la persona reconstruye su vida sin la presencia de lo que se ha perdido; para elaborar adecuadamente este proceso la persona debe realizar y completar unas tareas o su duelo puede complicarse y tener repercusiones en diversas áreas de la vida de esta persona; pero si estas tareas se realizan esta persona puede continuar su vida reacomodando lo que perdió dentro de esta. Pero que ocurre cuando una persona no está segura si la pérdida ha tenido lugar, ¿siente como real está perdida?, ¿Qué sentimientos se presentan en estas ocasiones?, ¿puede elaborar la perdida por medio de un proceso de duelo? Este artículo nos permitirá conocer cómo se presenta el duelo cuando se está seguro de la ocurrencia de la pérdida y que ocurre cuando la persona no está segura de esta ocurrencia.

 

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A lo largo de nuestras vidas perdemos constantemente personas, cosas, relaciones, las cuales han sido significativas para nosotros; cuando está pérdida ocurre podemos determinar el momento en el cual perdemos aquello que queremos, sabemos en qué fecha murió nuestro padre, en qué fecha nos separamos de nuestra pareja; y a partir de esta pérdida empezamos a elaborar nuestro proceso de duelo.

 

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Cuando una persona pierde algo significativo con lo cual tenía un vinculo afectivo cercano (muerte de un ser querido, separación afectiva, pérdida de empleo, etc) debe dar lugar a un proceso de duelo a partir del cual reorganizará su vida y podrá así continuar viviendo con esta pérdida. La elaboración de este proceso requiere la participación activa del deudo, en la realización de las tareas que este proceso implica (Worden, 1997).

 

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