2.1.2 Nariño y la prensa oficial. La Gazeta Ministerial de Cundinamarca (1811-1816)

El 6 de octubre de 1811, Nariño, ya como presidente del Estado, ordenó la puesta en circulación de la Gazeta Ministerial de Cundinamarca, la empresa editorial de mayor alcance del primer momento republicano en toda la Nueva Granada –sus casi 250 números, entre entregas ordinarias y extraordinarias, 5 tomos y cerca de 1200 páginas, así lo atestiguan–.La puesta en marcha de esta publicación fue una de las primeras medidas del gobierno nariñista: su primer número vio la luz pública cerca de quince días después de la  dimisión de Lozano tras lo acontecido con La Bagatela.  Además de la Gazeta, y como papeles suplementarios, el gobierno de Cundinamarca editó las publicaciones periódicas Boletín de Noticias del Día (1811-1815)y Boletín de Providencias del Gobierno (1812-1814).Asimismo, durante las expediciones armadas lideradas por Nariño en la región del Socorro y en el Sur del Reino, y durante las guerras contra los federalistas, el gobierno imprimió algunos boletines militares, todos caracterizados por una vida efímera: el Boletín del Exército del Norte (1812), el Boletín del Exército (1813) y el Boletín del Exército del Sur (1814).[1] La Gazeta salió a la luz pública bajo el estandarte centralista hasta el 24 de noviembre de 1814, primero bajo los gobiernos de Nariño y luego bajo el mandato de Manuel Bernardo Álvarez, tío materno del santafereño. Su suspensión definitiva ocurrió en febrero de 1816, ya en el marco del gobierno de las Provincias Unidas.  

Nariño mismo nombró a Miguel José Montalvo y José María Salazar como los dos primeros “editores-redactores” de la publicación y decretó que su asignación salarial fuera de 1000 pesos, “repartiendo entre los dos”, “para que auxiliándose mutuamente y pudiendo suplir el uno el defecto del otro, no falte la publicación del papel”.[2] Los dos editores permanecieron  juntos al frente de la redacción del periódico hasta el mes de junio de 1812, cuando Salazar partió para Venezuela con el objetivo de atender algunos asuntos diplomáticos y Manuel del Socorro Rodríguez, también por decisión del Ejecutivo, entró a reemplazarlo oficialmente en la redacción de la publicación. A los pocos días del nombramiento de Rodríguez, Montalvo marchó a la expedición del Norte liderada por Nariño en calidad de diarista y a partir de la fecha se mantuvo alejado de la redacción del periódico debido a sus múltiples compromisos políticos y militares con el Estado.[3]

La Gazeta era una publicación financiada con recursos del tesoro público provincial, una publicación ministerial. De allí que las noticias, documentos y discursos publicados en sus páginas gozaran del estatuto de opinión del gobierno y de comunicados oficiales. El uso de la voz “ministerial” en su título no es inocente, pues además de hacer alusión a su carácter oficial, revelaba también ciertas pretensiones de autonomía de Cundinamarca frente a las demás provincias neogranadinas –se trataba de una comunidad política diferente a la conformada por el gobierno de la Unión–. No en vano una vez posesionadas las nuevas autoridades federales considerarán que la publicación había “conservado un título repugnante á un periódico de un Gobierno Provincial”, “porque solo el Gobierno General puede establecer un papel de aquel género”, opinión que será ratificada en mayo de 1815, cuando fue suspendida por tercera vez: “la Gazeta de esta Provincia no puede sostener el carácter de Ministerial con que se ha dado hasta aquí, estando ya unida con las otras de la Nueva Granada”. No obstante, a pesar de su carácter provincial, la Gazeta conservó su nombre hasta el final de sus días, casi como un privilegio.[4]

El formato del periódico se mantuvo casi inalterado durante su larga vida editorial. Aunque no mantuvo secciones permanentes, el periódico a menudo reservó sus primeras líneas para las noticias europeas –particularmente aquellas relacionadas con España, siempre aparecidas en el registro internacional (aquí la disposición de las noticias da cuenta de la magnitud de la lucha de sentido agenciada por la publicación)–, seguidas de los sucesos políticos y militares acaecidos en América, la Nueva Granada y Cundinamarca. A renglón seguido, se insertaban providencias del gobierno, alocuciones del presidente, discursos políticos y artículos comunicados por los lectores –desde disquisiciones sobre el mejor sistema de gobierno hasta canciones patrióticas, muchas de estas escritas en realidad por los mismos redactores–. La publicación dialogará con periódicos neogranadinos, americanos y europeos con el objetivo primero de informar sobre sucesos recientes, educar en la causa republicana y socavar la legitimidad de sus principales contradictores, entre los cuales conviene mencionar, en el plano local, el Argos Americano de Cartagena (1810-1812), El Efímero (1812) y el Argos de la Nueva Granada (1813-1816).[5]

La Gazeta consiguió irrumpir con fuerza inusitada en la cotidianidad de amplios sectores sociales. Por un lado, aunque resulte una obviedad, es necesario insistir en que los lectores de la publicación excedieron con mucho su restringido círculo de suscriptores oficiales. En este sentido, sabemos con certeza que algunos de estos, después de cumplir con su lectura, procedían a remitir su ejemplar por correo a otras provincias neogranadinas con el fin de comentar a sus destinatarios los últimos sucesos de la capital, extendiendo, de este modo, el circuito de lectura de la publicación.[6] Asimismo, sabemos que en algunas oportunidades la Gazeta y sus papeles suplementarios eran fijados en las calles y plazas de la ciudad y eran voceados en las calles de las diferentes localidades para que sus habitantes “se inflamen en el sagrado fuego de la libertad”. Así, no podemos simplemente asimilar el público lector a la población alfabeta y con capacidad económica. No es un dato menor que en su prospecto la publicación prometa “desenvolver las verdades políticas más importantes y los principios constitucionales que hemos adoptado, hasta hacerlos comprensibles y que se perciba su utilidad por las gentes menos instruidas”.[7]

Sin duda, todo este régimen de publicidad impresa respondía a diferentes exigencias. Por un lado, indica el evidente crecimiento de la demanda de opinión por parte de diferentes sectores sociales, el reconocimiento de un público ávido de información, interesado en tomar posición sobre los sucesos recientes y las discusiones sobre el gobierno de lo público. En no pocas oportunidades salieron números extraordinarios de la Gazeta o se publicaron el mismo día varias entregas del Boletín de Noticias del Día para poder “satisfacer a los impacientes deseos del público, excitados por las noticias”.[8] Por otro lado, se trataba de cimentar la legitimidad del gobierno, de ofrecer primero su propia versión de los hechos y del deber ser de la política neogranadina. Los impresos oficiales eran concebidos como estrategias de comunicación capaces de competir con otras formas de publicidad oral más extendidas –con frecuencia asociadas a la subversión del orden, la política facciosa y las miras particulares de los enemigos del gobierno–. Para los editores de la Gazeta, resultaba imperativo contravenir en sus páginas las “voces sordas”, la información extraoficial y las habladurías populares para ganar la anuencia de los nuevos ciudadanos. La Gazeta debía, en tanto que publicación oficial, contrarrestar este vendaval de murmuraciones y contribuir a despejar equívocos. No en vano su objetivo primero era “defender con sus discursos el decoro de un buen Gobierno, contra los enemigos literarios de dentro y fuera del Estado. Este es el primer objeto de las Gazetas ministeriales”.[9] Defensa que, en todo caso, siempre se hizo, dirá Nariño, respetando las garantías constitucionales, pues los mismos ataques contra el santafereño, eran prueba del respeto absoluto de la libertad de imprenta por parte de su gobierno:

No hay una defensa más vigorosa y convincente de la libertad del Gobierno que los mismos papeles que actualmente se escriben y se imprimen a su vista; no hay género de dicterios que con disfraz o sin él, no se le haya dicho por la prensa, y hasta ahora no sabemos que se haya hecho la menor indagación, ni tomado la menor providencia contra sus autores.[10]

Mientras los opositores del gobierno nariñista se complacían en subrayar la falta de garantías para el ejercicio de la libertad de imprenta debido a la fuerza del Ejecutivo local en manos de Nariño –según afirmó El Argos Americano: “los editores han recibido la siguiente carta de Santafé, por la que infieren no está allí tan libre la imprenta, como dice el autor de La Bagatela, cuando para publicar una noticia como ésta se valen de la imprenta de una provincia extraña”–, el gobierno se esforzó por demostrar que había libertad de imprenta en su territorio y que tomaba las medidas necesarias para garantizar su imperio. Ya en La Bagatela Nariño había denunciado que durante la presidencia de Lozano se le había obligado a hacer una “contribución de 20 ejemplares” de su periódico para distribuir entre los diferentes cuerpos del gobierno. El santafereño alegó en su momento que esta era una medida inconstitucional, “gravosa, y contraria a la libertad de la imprenta”, pues es “cosa bien sabida que cuando se quiere prohibir indirectamente un género, no hay método más sencillo que recargarlo de impuestos. Aquí se sabe lo que cuesta el papel, y la mano de obra de los impresores”.[11] Así, una de las providencias más importantes tomadas por Nariño en este sentido fue la eliminación de la “excesiva” y “odiosa” medida, “que recaía sobre las personas que se empeñaban en difundir sus luces, y propagar la instrucción pública”.[12]

No debe sorprender, entonces, que buena parte del énfasis editorial de la Gazeta, en tanto que publicación ministerial, se encuentre puesto en la necesidad de gobernar y fijar la opinión pública en favor del gobierno de Nariño. Fijar la opinión pública y respaldar sus providencias con el mandato imperioso de esta permitían al gobierno arrogarse su monopolio y cimentar su propia legitimidad frente a sus gobernados y las demás Provincias. De allí que la opinión pública con frecuencia sea pregonada, o más bien, enseñada, como una verdad indiscutible: la voz unánime de la Cundinamarca nariñista. Si en las páginas de La Bagatela se hacía evidente el papel de la opinión pública como una fuerza formidable capaz de desplazar al Antiguo Régimen y de controlar y censurar los actos de las nuevas autoridades, en la Gazeta esta se perfila como un elemento propiamente gobierno, como un espacio capaz de producir una completa identificación entre las nuevas autoridades y la comunidad política. La voz de la Gazeta era lo voz de Nariño y de su gobierno. La publicación debía: “desbaratar el espíritu de facción, poniendo todos los medios imaginables para restablecer el espíritu público, esto es, el amor á la felicidad y bien común”; “compeler a todos los ciudadanos al cumplimiento exacto de sus respectivas obligaciones” y corregir el “prurito destructor de creerse cualquiera, capaz de dar Leyes, y destruir lo mandado por el Gobierno legítimamente constituido”.[13]

De este modo, la Gazeta será fundamental para cimentar la legitimidad del gobierno nariñista y para apuntalar su ideal de comunidad política para la Nueva Granada: “un solo interés, una sola riqueza, una sola familia, y una voluntad sola y exclusiva”.[14] De allí que la publicación se perfile como uno de los escenarios privilegiados, desde la institucionalidad, del debate sobre la “mejor forma de gobierno”, un debate que involucraría, por un lado, múltiples conflictos entre diferentes órdenes locales y provinciales, y por otro, diferencias en las maneras de entender el ejercicio del poder político en el nuevo orden republicano. La Gazeta contribuirá, así, en la construcción de un espacio de discusión que haría posible e imaginable la concreción de un cuerpo político de carácter más “nacional” desde una perspectiva concreta: el centralismo. La opinión pública, en ausencia de una verdadera representación de carácter nacional,  debía traducir y expresar la interna racionalidad y el supuesto orden natural de la comunidad política como un sujeto político único, en términos de una identidad de principios y de aspiraciones. La unidad de la opinión pública implicaba la unidad de la Nueva Granada. Según dirá la Gazeta con motivo de la victoria de Nariño contra las fuerzas de Baraya en enero de 1813:

Renazca el afecto, la unión perpetua, el vínculo más sagrado, y el pacto más solemne entre todos los habitantes de la Nueva Granada, sin que quede una provincia de las libres y que sostienen nuestra causa que no abrace este sistema… Que los enemigos de nuestra causa tiemblen cuando sepan la paz interior del Reino, y que si se atreven a adelantar su conquista temeraria adviertan que hay una sola opinión entre nosotros.[15]

Para los editores, en la misma línea de lo ya expuesto por Nariño, la “existencia política del Reino” dependía de la solidez de las bases del edificio de gobierno. La unión debía darse entre provincias legales –entre aquellas que gozaban de tal estatuto en el momento del final del régimen virreinal, y por lo tanto eran portadoras de soberanías históricamente reconocidas: Cartagena, Antioquia, Popayán, Quito y Santafé– y debía sancionar las mismas obligaciones y derechos para las provincias firmantes. De allí que, con frecuencia, los editores de la Gazeta consideraran “gravosa, perjudicial y destructiva” el Acta Federal, pues sancionaba contribuciones más elevadas para Cundinamarca, en comparación con las otras provincias, “no tanto para defender la libertad del Reino, cuanto para sostener la soberanía parcial de las Provincias menores, que carecen de recursos, y que solo pueden figurar con los de la Capital”.[16] Las soberanías de provincias “ilegales” eran asimiladas a creaciones propias del espíritu de partido, impulsadas por intereses particulares y ambiciones privadas –argumento que venía bien a las pretensiones expansionistas del gobierno cundinamarqués–. Para la Gazeta, la “soberanía reside en el Pueblo y el ejercicio de ella en los ciudadanos con derecho a sufragio”, así la “reunión de ocho, diez ó doce familias no debe llamarse pueblo, sin prostituir un nombre tan sagrado”.[17] Así, el sistema de gobierno más conveniente para la Nueva Granada era el defendido por Nariño debido a que era el único capaz de garantizar un mandato fuerte, concentrar los ramos de gobierno y hacienda –sin obstruir la necesaria división de poderes– y facilitar la conformación de ejércitos fuertes. Además, el centralismo no sólo era una opción adecuada para el Reino, sino que era producto de la ley de la necesidad, “de la imperiosa necesidad que tienen aquellas [provincias] de reunirse bajo una forma de gobierno enérgica y capaz de libertarnos de los grandes peligros que nos rodean por todas partes, y en que no tiene poco influjo la falta de concentración de nuestras fuerzas, y recursos”.[18]

En este sentido, una de las estrategias principales de la publicación fue la apelación a la figura de Nariño como imagen simbólica de la comunidad política, de los verdaderos valores republicanos, “hombre grande, que después de haberse sacrificado por la Patria, ha sabido dar vigor a la opinión pública; y energía a la causa de la libertad”. En efecto, la Gazeta puede considerarse como uno de los primeros espacios de heroización de Nariño, el modelo de patriota por antonomasia, “primer héroe de la libertad de nuestro suelo” e “ilustre ejemplo a los que deben sacrificarlo todo a la seguridad y tranquilidad de la Patria”. No sólo Nariño era “siempre desinteresado, y siempre amante del orden” sino que el pueblo cundinamarqués respaldaba sus mandatos y creaba un halo de conformidad alrededor de sus providencias.[19] La soberanía del pueblo, piedra angular del edificio republicano, era su principal resorte. No en vano la Gazeta siempre se esforzó por subrayar que el gobierno de Nariño y el proyecto centralista descansaban en la voluntad general de los pueblos, eran el voto unánime del nuevo soberano y no eran opciones nacidas de los intereses particulares del presidente, como sostenían sus principales contradictores. Así, ya desde esta época, para muchos, Nariño representaba la posibilidad de la unidad neogranadina. Según afirmó el Cabildo de Ambalema, localidad recién anexada al Estado de Cundinamarca, con motivo de la elección de Nariño por parte del colegio electoral en febrero de 1812:

Dichosos Pueblos de Cundinamarca que han logrado poner en la cabeza de un Gobierno al héroe de la libertad… Desde este momento comienza a rayar en Cundinamarca la aurora de su felicidad. El gran Nariño ha despejado nuestro horizonte de las densas nubes que presagiaban la más horrenda tormenta.  Los derechos de los Pueblos de la Provincia de Mariquita serán nivelados desde ahora por una justa igualdad con los demás de Cundinamarca. La paz y la concordia establecerán su trono en este feliz Estado, y la abundancia se derramará en nuestro fértil suelo por los desvelos y vigilancia de tan celoso Jefe.[20]  

No obstante, en el marco de estas disputas, Nariño fue apresado por las tropas realistas el 14 de mayo de 1814, en la acción de Tacines durante la Campaña del Sur. La Gazeta se encargó de informar sobre todos los pormenores de su detención, al tiempo que no cejó en su objetivo de apuntalar el proyecto centralista. Sin embargo, unos pocos meses después, el 10 de diciembre de 1814, las tropas de la Unión, comandadas por Simón Bolívar, entraron a Santafé. La contienda entre la propuesta centralista y el proyecto federal había sido resuelta por vía militar. La opinión pública no había conseguido cimentar el espacio de conformidad política querido por el gobierno de Nariño alrededor de su propuesta de gobierno. La Gazeta debía ocuparse ahora en promover el espíritu público y hacer la guerra con “fuerzas morales” a los verdaderos enemigos de la libertad neogranadina, “mientras que nuestros valientes defensores se la hacen con las físicas”.[21]Así, la prensa de la Primera República, ocupada hasta este momento en los debates sobre la soberanía y la “mejor forma de gobierno”, dio paso, de manera general, a una prensa ocupada en las dinámicas de la guerra contra los defensores de la soberanía de Fernando VII en la Nueva Granada. La opinión pública, su torrente de fuerza moral, la misma imagen que habían utilizado en su momento los primeros editores de la publicación para legitimar su invocación al omnisciente tribunal, se convertiría en la principal arma de los republicanos en su lucha contra los monárquicos:   

Los papeles públicos son el mejor agente de la opinión, sin la cual no puede haber un sistema de gobierno permanente, y así si queremos ser libres, es preciso fomentarlos, y promover su circulación. Nuestros pueblos educados en la barbarie, y en la ignorancia, no conocen las ventajas de la libertad, y se dejan seducir fácilmente por nuestros astutos enemigos; conviene pues prevenirlos contra los ardides de estos, instruyéndolos en sus verdaderos derechos.[22] 



[1] De hecho, buena parte de estos números del Boletín aparecen en el tomo V del Archivo Nariño.

[3] Gazeta Ministerial de Cundinamarca (Nº58:25-VI-1812:212-213) (Nº60:9-VII-1812:220-221) (Nº65:6-VIII-1812:246-248). Santafé de Bogotá, Imprenta del Estado, 1812.

[4] Gazeta Ministerial de Cundinamarca (Nº219:0-IV-1815:1510) (Nº221:4-V-1815:1071) Santafé de Bogotá, Imprenta del Estado, 1815.

[6] Isidro Vanegas Useche (comp.). Dos vidas, una revolución. Epistolario de José Gregorio y Agustín Gutiérrez Moreno (1808-1816). (Bogotá, Universidad del Rosario, 2011) 348-349, 359-364. En los periódicos también aparecerán en diferentes ocasiones extractos de cartas particulares remitidas presuntamente desde Santafé y sus cercanías que comentan ampliamente los contenidos de la Gazeta y dan cuenta de las complejas relaciones entre la prensa y la correspondencia de la época –tanto que se convierte en un motivo retórico común–.

[7] Gazeta Ministerial de Cundinamarca (Nº123: 22-VII-1813:574) (Nº63:27-VII-1812:238) (Nº1: 31-VIII-1815:4) Santafé de Bogotá, Imprenta del Estado, 1812-1815.

[8] Boletín de Noticias del Día (Nº21: 25-VI-1812). Santafé de Bogotá, Imprenta del Estado, 1812. Véase el trabajo de Alexander Chaparro-Silva.

[9] Gazeta Ministerial de Cundinamarca  (Nº47:24-IV-1812:169) (Nº1:6-X-1811:1). Santafé de Bogotá, Imprenta del Estado, 1811-1812.

[10] Nariño, Antonio. La Bagatela (Nº38: 12-IV-1812:146). Santafé de Bogotá, Imprenta de Bruno Espinosa, 1812.

[11] Nariño, Antonio. La Bagatela (Nº2: 21-VII-1811: 6). Santafé de Bogotá, Imprenta de Bruno Espinosa, 1811.

[12] Gazeta Ministerial de Cundinamarca  (Nº9:7-XI-1811:31). Santafé de Bogotá, Imprenta del Estado, 1811.

[13] Gazeta Ministerial de Cundinamarca (Nº4:20-X-1811:12-13). Santafé de Bogotá, Imprenta del Estado, 1811.

[14] Gazeta Ministerial de Cundinamarca (Nº4:20-X-1811:13). Santafé de Bogotá, Imprenta del Estado, 1811.

[15] Gazeta Ministerial de Cundinamarca (Nº96:25-II-1813:468). Santafé de Bogotá, Imprenta del Estado, 1813.

[16] Gazeta Ministerial de Cundinamarca (Nº32:5-III-1812:117-119). Santafé de Bogotá, Imprenta del Estado, 1812.

[17] Gazeta Ministerial de Cundinamarca (Nº4:20-X-1811:13). Santafé de Bogotá, Imprenta del Estado, 1811.

[18] Gazeta Ministerial de Cundinamarca (Nº127:12-VIII-1813:586). Santafé de Bogotá, Imprenta del Estado, 1813.

[19] Gazeta Ministerial de Cundinamarca (Nº20: 2-I-1812:71) (Nº69:20-VIII-1812:256-257) (Nº1:6-X-1811:2-3) (Nº152:13-I-1814:684-685).Santafé de Bogotá, Imprenta del Estado, 1811-1815.

[20] Gazeta Ministerial de Cundinamarca (Nº28:6-II-1812:104). Santafé de Bogotá, Imprenta del Estado, 1812.

[21] Gazeta Ministerial de Cundinamarca (Nº203:25-XII-1814:989). Santafé de Bogotá, Imprenta del Estado, 1815

[22] Gazeta Ministerial de Cundinamarca (Nº203:25-XII-1814:988). Santafé de Bogotá, Imprenta del Estado, 1815